Vivimos en un mundo de realidad social, producto de nuestros cerebros humanos
Mientras seguimos a la espera de la tan ansiada “materialización” del metaverso es clave conocer cómo los seres humanos concebimos la realidad social, ya que tenemos una gran oportunidad para diseñar, siguiendo criterios más éticos y no solo estéticos, los nuevos escenarios del mundo inmersivo.
Si observamos detenidamente nuestro día a día podemos reconocer todas las convenciones que nos rodean. Identificamos, una y otra vez, la aceptación tácita que se retroalimenta colectivamente en el significado de las unidades lingüísticas que nos facilitan la comunicación; en el uso de los símbolos que nos permiten la representación; en el valor que otorgamos al dinero físico o a las criptomonedas para realizar transacciones financieras, en la delimitación de las fronteras entre países… Y, en línea a este último ejemplo, como nos informa la actualidad internacional, ser conscientes de cómo estos acuerdos pueden también encontrar fisuras y cambiar drásticamente.
En resumen, nuestras acciones o la ausencia de ellas van reforzando o desvaneciendo todo lo que consideramos nuestra realidad. Es el poder de control que ejercen nuestras conductas.
Y en esa recreación constante del mundo vamos estableciendo nuevas funciones para las cosas físicas. Son muchos los experimentos científicos que nos hablan de la permeabilidad de la frontera entre la realidad social y la realidad física. Ellos nos ilustran cómo nuestras creencias, impregnadas de realidad social, pueden modular la forma en la que percibimos el mundo que habitamos.
Una de las capacidades que permite crear y mantener la realidad social nos introduce en el concepto psicológico de la abstracción, es decir, el poder extraer significado de los objetos, el poder elaborar conceptos – representación cerebral de un grupo de cosas similares-. Abstraer nos permite reconocer las cosas según su función, atendiendo más allá de su forma física. Trascendemos las diferencias perceptivas para inferir la similitud funcional en una situación determinada. Ello hace posible que tratemos dos cosas, a priori, diferentes como similares.
Asimismo, la abstracción facilita la asignación de múltiples funciones a un mismo objeto. En muchas ocasiones un elemento concreto puede formar parte de varios conceptos, si prestamos atención a una función particular en un contexto definido.
Algunos científicos proponen que las abstracciones son multimodales, es decir, que incluyen información proveniente de todos los sentidos. Sintetizamos e integramos las señales sensoriales que recibimos en un todo cohesionado. Ello nos permite comprender y percibir un significado en términos abstractos. Dichas predicciones se refuerzan gracias a la comunicación, la cooperación y la imitación. Así, el cerebro crea y comparte realidad social, que va más allá de lo físico.
Los que diseñamos tecnología, y deseamos ser agentes activos en la gran revolución inmersiva tenemos una gran responsabilidad en este proceso. Debemos ser conscientes de las implicaciones de los conceptos que vamos a replicar en esta nueva dimensión. Asimismo, debemos entender la oportunidad que ofrece el diseño del metaverso para identificar las etiquetas y los sesgos con los que hemos ido instaurando las líneas divisorias en nuestra realidad física. Lo que hemos ido seleccionando artificialmente como real se ha convertido en real, en parte de nuestra cultura. Es el momento, pues, de ampliar y mejorar las posibilidades al consensuar nuevas reglas sociales, más éticas e inclusivas.
De otro lado, los límites que impone la realidad física en nuestro mundo se difuminan, trayendo nuevas connotaciones y alcances desconocidos en el espacio del metaverso.
Éste es, sin duda, uno de los mejores ejercicios de creatividad e innovación en los que nos podemos embarcar. Los conceptos que habiten el metaverso formarán parte de nuestra evolución cultural. ¿Qué información vamos a transmitir a través de las nuevas experiencias? ¿Cómo vamos a moldear la plasticidad que subyace en la naciente realidad social? No olvidemos que ésta puede influir también en nuestra evolución genética.